No hablo latín Propuesta: La idea de una Latinoamérica está centrada en la desacertada percepción de una unidad lingüística, de una raíz latina de los idiomas español, portugués y francés que los “latinoamericanos” compartimos.
La palabra “Latinoamérica” fue inventada por los franceses en el siglo 19 y fue usada para promover intereses franceses frente a la incipiente hegemonía estadounidense y sus incursiones militares en México. La palabra fue adoptada rápidamente por los movimientos criollos independentistas de diferentes países en Sud- y Mesoamérica. Los términos “latino” y “latina” ganaron rigor en muchos países americanos para distinguir dos Américas. En el primer grupo están Estados Unidos y Canadá, y en el segundo todos aquellos países al sur de la frontera estadounidense.
La distinción está primariamente basada en una aparente división lingüística, anglosajona y latina. Esta división superficial y reduccionista no toma en consideración la demográfica francoparlante de Canadá, ni los países angloparlantes de Sud- y Mesoamérica (como Belice y Guyana). También ignora los millones de habitantes de todo el hemisferio occidental que todavía retienen idiomas originales, entre ellos el Quechua, Aymara, Nahuatl, Guaraní e idiomas Maya.
El concepto de una Latinoamérica como unidad lingüística implica unidad cultural también. Esta implícita unidad cultural está basada inicialmente en rasgos comunes “latinos”; en otra palabra, europeos. Naturalmente, como muchos países de la denominada Latinoamérica comparten una misma historia de colonización española, es de esperar que los mismos tengan atributos culturales parecidos, aunque no uniformes. Sin embargo, es problemático utilizar una palabra que refuerza la historia colonial de estos países al mismo tiempo que ignora las historias “alternativas” o silenciadas de las comunidades colonizadas. Es problemático modelar una identidad comunal basada en los atributos de los colonizadores. También es problemático adoptar una y otra vez los términos inventados por europeos para designar y definirnos, como sucede con las palabras Latino y América. El término Latinoamérica es útil para los Estados Unidos como alteridad para construir y definir identidad: “lo que ellos son, nosotros no somos.” De la misma manera es útil para las comunidades dentro y fuera de los Estados Unidos que han apropiado la palabra. En el mejor de los casos es un término reduccionista porque facilita pensar en Sud- y Mesoamérica como homogénea culturalmente, simplista lingüísticamente, limitada macro-políticamente, y reciente históricamente. Si desarrollamos esta crítica aún más, el término es una perpetuación de estructuras coloniales en países americanos. Ignora la existencia, extensión e importancia de idiomas originales, favoreciendo idiomas europeos. Hace invisible a las personas que no hablan idiomas europeos o cuyas lenguas maternas son no-europeas. Excluye a personas que no basan sus identidades en atributos europeos o que no vitalizan el legado europeo para formar afinidad con países vecinos. El término Latinoamérica destaca como preeminente el legado de los colonizadores y de las comunidades criollas que lideraron los movimientos independentistas, que expulsaron una monarquía extranjera pero sin desmantelar las estructuras sociopolíticas que oprimían y continúan oprimiendo comunidades, culturas, historias y legados no-europeos.